“Ornette, ¿qué?”, respondía Benny Carter a la revista Ritmo en 1989.
Ante lo sorprendente de la respuesta, el redactor, José María García Martínez, aclaraba: “Ornette Coleman”.
A continuación, el trompetista explicaba el porqué de su malvada broma: “No tengo nada contra él porque tengo la sensación de que trata de hacer algo muy diferente y nuevo, y él piensa que su sistema harmolódico es válido.
El que a mí no me interese lo que hace no significa necesariamente que haya de ser bueno o malo”.
A punto de estrenarse la década de los noventa, la propuesta de Ornette Coleman difícilmente podía considerarse nueva, pero todavía había aficionados, e incluso colegas de profesión como Carter, que consideraban que lo que hacía el músico era una completa tomadura de pelo.
Además del saxofón —en ocasiones un modelo barato fabricado en plástico—, Coleman tocaba la trompeta y el violín, cosa que enervaba aún más a sus detractores.
Estos consideraban que no tocaba bien ni el uno ni los otros, porque tampoco conectaban con la Harmolodía, teoría musical de su autoría que tenía tanto de música como de filosofía, misticismo y espiritualidad.
Además, grababa discos con formaciones inusuales como, por ejemplo, un doble cuarteto, lo que le exigía tener dos baterías, dos contrabajistas, dos saxofonistas y dos trompetistas (uno de los cuales, Don Cherry, acostumbraba a tocar trompetillas monofónicas de juguete).
Con esas bandas interpretaba estridentes y chirriantes temas a los que, como si fuera una broma pesada, ponía dulces títulos como Una muy bonita.
Por si no fuera suficiente, el propio Coleman parecía empeñado en confirmar aquello que le criticaban muchos de sus detractores, convencidos de que su música la podía tocar hasta un niño.
“Cuando Ornette Denardo Coleman cumplió seis años de edad, le llamé para saber qué quería por su cumpleaños.
Él estaba en California y yo en Nueva York, de gira.
Bueno, nuestra charla fue algo así… ‘Holla, Denny’… ‘Hola, papá’.
‘¿Qué te apetecería tener por tu cumpleaños?’.
‘Papá, he visto por la tele una pistola para niños que se llama Cannon o algo así.
Eso es lo que me gustaría’.
‘Bueno, no sé si podré encontrar eso aquí.
Lo voy a intentar, pero… ¿Qué te parecería una batería en caso de que no la encuentre?’.
‘Papá, olvídate de la pistola: mándame la batería por correo express’.
Hace cuatro años de eso y ya hemos grabado nuestro primer disco juntos”, se leía en la contraportada del LP The Empty Foxhole (1975), en cuya cubierta se mostraba un potente cuadro del artista porque, por supuesto, Ornette Coleman también pintaba.
Vanguardia y tradición Nacido en la localidad texana de Fort Worth en 1930, Ornette Coleman se quedó huérfano de padre cuando todavía era un niño.
A la edad de 14 años, su madre le regaló un saxofón que aprendió a tocar de manera autodidacta, sin respetar demasiado las convenciones académicas, e inspirado por músicos como Charlie Parker y su propia hermana, Truvenza Coleman, diez años mayor que él, que había sido cantante de Big Joe Turner antes de formar su propia banda de blues, Trudy Coleman and Her Orchestra.
De hecho, aunque los críticos siempre han destacado que una de las aportaciones de Coleman fue alejar el jazz del repertorio tradicional estadounidense, para Maria Golia, autora de la biografía Ornette Coleman.
The Territory and the Adventure (2020), sus composiciones tenían una gran influencia del trabajo de su hermana y de músicos tradicionales, como el guitarrista Blind Lemon Jefferson o T-Bone Walker, dos de los bluesmen texanos más importantes de la historia.
En todo caso, y a pesar de esa raíz tradicional de sus composiciones, durante sus primeros años de carrera el artista tuvo que compaginar sus actuaciones en orquestas de baile con un empleo como ascensorista.
1958: finalmente, Ornette graba su primer disco para un pequeño sello de Los Ángeles llamado Contemporary.
Un año más tarde fue contratado por el Five Spot Café de Nueva York para una serie de actuaciones programadas en un primer momento para dos semanas, pero que se alargarían hasta los dos meses y medio.
Aunque en ese momento la música de Coleman se mantenía más o menos (más menos que más) dentro de los cánones del jazz moderno y el be-bop, los títulos de sus discos —Something Else!!! (1958), The Shape of Jazz to Come, Tomorrow Is the Question! (ambos de 1959), Change of the Century (1960), This is Our Music (1961)— ya anunciaban lo que estaba por venir, y ante lo que muchos de sus colegas mostraron bastantes reticencias.
Cuando le preguntaron su opinión sobre él, Miles Davis respondió: “Ornette Coleman está muy jodido por dentro”.
Por su parte, el batería Max Roach no dudó en asestarle un puñetazo después de oírlo tocar… El propio Coleman reconocería que, en más de una ocasión, gente del público le amenazó con matarlo porque “no se puede tocar así”.
A pesar de todo, el trabajo de Coleman llamó la atención de John Lewis, pianista del prestigioso Modern Jazz Quartet que, fascinado con esa nueva forma de entender el jazz, le daría cabida en un seminario de verano que organizaba en Lenox, Massachusetts, y lo avalaría ante Ahmet Ertegun, dueño de Atlantic Records, quien lo contrataría para su sello.
Allí fue donde, en el año 1961, se publicaría el disco cuyo título definiría su música a partir de entonces: Free Jazz.
Poco a poco, la carrera de Ornette Coleman se fue consolidando y, si bien nunca consiguió dejar atrás las burlas sobre su talento, al menos sí logró desarrollar una abundante discografía, así como ganarse el aprecio de un sector importante de los aficionados y reunir los fondos suficientes para poder desarrollar su arte de manera autogestionada, como harían otros músicos experimentales (con Sun Ra a la cabeza) de la época.
En 1962, por ejemplo, Coleman alquiló el Town Hall de Nueva York para presentarse con su banda y un cuarteto de cuerdas y, a finales de los 60, compró dos plantas de un edificio industrial del SoHo neoyorquino, en las que instaló la Artist House, una suerte de oficina, local de ensayo y sede de su propio sello discográfico.
Allí comenzó a desarrollar otros proyectos sin atender a las exigencias de la industria.
Entre ellos destacaban conciertos para orquesta sinfónica, viajes para investigar el folklore del norte de África y colaboraciones con instrumentistas como Pat Metheny o Jerry Garcia, de The Grateful Dead, para los que sus composiciones ya no resultaban tan disruptivas.
Las décadas de los ochenta y noventa supusieron la consagración de Coleman como músico.
Además de celebrar varios conciertos e impartir seminarios, participó en la banda sonora que Howard Shore compuso para El almuerzo desnudo (adaptación de Burroughs que David Cronenberg estrenó en 1991), recibió una beca del Fondo Nacional de las Artes y, en 2007, obtuvo un Premio Pulitzer y un Grammy a toda su trayectoria.
Logros que contribuyeron a que aquellos a quienes no convencía su música se planteasen que, tal vez, Coleman no fuese un sinvergüenza, sino que simplemente eran ellos los que no estaban del todo preparados para una propuesta tan arriesgada.
“La primera vez que escuché a Ornette Coleman de joven, pensé: ‘¿Cuál es el problema? ¿En serio? ¿Cuál es la controversia? Sinceramente, no lo entiendo’.
Pudo haber sido mi propia naturaleza en relación a su actitud o mi particular manera de entender cómo se ‘supone’ que debe tocarse jazz, pero la forma en que él lo tocaba me sonaba natural, orgánica, terrenal y uterina”, reconocía James Brandon Lewis.
El testimonio de este músico, incluido en un artículo sobre el saxofonista texano publicado en The New York Times poco tiempo después de su muerte (acaecida el 11 de junio de 2015), demostraba que, como en la leyenda bíblica de Jericó, Ornette Coleman había conseguido derribar las murallas de la inexpugnable ciudad del jazz armado de talento, fe en sí mismo, saxofones de plástico y trompetas de juguete..