En algún momento de su camino universitario, cuando ya había estudiado dos años de Economía, Pablo Muñoz pensó en cambiarse de carrera.
Ingeniería Ambiental lo seducía.
Había crecido en Mar del Plata, cerca del mar, y se había convertido en esa ciudad y después en Chile, donde vivía mientras estudiaba, en un surfista frecuente: ese contacto con la naturaleza, y su observación desde chico, le abrían la pregunta.
¿Acaso su vocación no debía vincularse con ese universo que llamaba su atención todo el tiempo?.