El joven que despertó con estigmas en el cuerpo y aseguraba poder sanar con sus manos: el misterio del “Jesús” de Melchor Romero
Tenía rulos frondosos, tupidas las cejas y una verruga en el arco izquierdo de la pera. Medía 175 centímetros y su delgadez lo hacía espigado. Sus brazos eran alargados y flacos, su nariz lucía prominente. Personificaba, desde su rostro en desarrollo y sus extremidades en expansión, la versión de un púber en tránsito hacia la adultez. Se advertía un componente pueril en toda su fisonomía. Era un adolescente de quince años que empezaba a familiarizarse con su anatomía de hombre cuando una mañana de verano de 1986 se despertó solo en una cama estrecha con cabeceras de madera, con las sábanas manchadas de sangre, magullado, herido, con el rosario en su pecho. Se reía. No estaba dolorido. Hablaba raro, profería palabras incomprensibles. Parecía sereno, despreocupado y en paz a pesar de las lastimaduras.