PINAMAR (Enviada especial).— El viento salino sopla de manera casi constante en la costa atlántica, y carga partículas diminutas, como si arrastrara consigo la historia del mar. Cada ráfaga tiene una fuerza implacable que deja huellas en lo que toca. La sal se adhiere en los primeros años sin que se note, en un recorrido silencioso que perfora, oxida y degrada. Con el paso del tiempo, lo que parece resistente comienza a mostrar señales de fatiga: manchas oscuras, corrosión, grietas que aparecen.