El grito “¡que se vayan todos!” conecta como un túnel decadente el estallido del 2001 con este presente de desesperanza e incertidumbre. Javier Milei se apropió de aquel himno nihilista y lo vocifera en sus actos, rodeado de admiradores y discípulos de Domingo Cavallo, foco principal de la bronca en el verano de fuego de principios de siglo.