“El pueblo no es una población, sino una construcción política –sostiene Chantal Mouffe–. El pueblo no está dado, hay que construirlo”. La viuda de Laclau aconseja crear un líder redentor, trazar una frontera entre buenos y malos, y encarnar un pueblo que necesariamente es un recorte ficcional y mítico, y por cierto siempre funcional a la estrategia de poder. Los libros de Mouffe y Laclau han sido cuidadosamente estudiados por algunos intelectuales del oficialismo, que todo este año han confeccionado un eficaz juego en espejo con el populismo de izquierda: el pueblo no es un colectivo empírico u objetivo sino una subjetividad provechosa y antojadiza; una invención, una retórica.