Desde Río de Janeiro, Brasil. Es otoño en esta cidade maravilhosa pero nadie parece notarlo porque aquí, se sabe y siente, no hay otoño. Eventuales intervalos de llovizna y algo de viento -rebote del ciclón extratropical que sacudió las cosas de Sudamérica durante la semana- no logran atenuar el espíritu de eterno verano que define a la que fue capital de imperio en el siglo XIX. Río de Janeiro mantiene su latido de a cidade que tem braços abertos num cartão postal. Com os punhos fechados na vida real, tal como la describió Herbert Vianna en una inolvidable canción de Paralamas: la ciudad de los brazos abiertos en una postal, con los puños cerrados en la vida real. Así es, alegre e intensa, plena de contrastes y eternamente bella en la playa, su gente, los morros y las casitas que se amontonan en sus laderas. Los barrios de São Corrado y Rocinha, tan cerca y tan lejos en términos socioeconómicos, reflejan esa dicotomía única en el mundo: la postal y los puños cerrados.